
Cae la noche y en un bar de la calle Corrientes un policía de civil chamuya a una mina. Hace un par de horas que están en la mesa y cada tanto salen a la vereda a fumarse un cigarillo. Hace frío, pero el calorcito en la mirada de la chica muestra a las claras que el muchacho le atrae; él lo sabe y hace alarde de la ventaja: habla fuerte, gesticula con todo su cuerpo, apoya sus brazos sobre el respaldar de la silla y pide otra cerveza, le hace comentarios a los mozos sobre su nueva moto … hasta que de repente la conversación los vuelve a tener concentrados, frente a frente: hablan de otra mujer, con la que los dos tienen algún tipo de vínculo.
El hombre, que lleva el pelo bien cortito y los cachetes mofletudos, cuenta haber vivido una discusión “espectacular” con la mujer en cuestión, altercado que da por finalizado cuando saca su su pistola y la pone arriba de la mesa - frase que resalta con un golpe de puño en la mesa del bar-. “Al otro día, recibo un llamado desde la comisaría. ‘Negro, ¿vos bardeaste?', y les digo que sí. 'Bueno, acá hay una denuncia’”.
“¡Ay, por qué sos tan agresivo!, interrumpe la chica que seguía atenta el relato.
- “No soy agresivo. Yo soy así, directo. Pero por dentro soy otra cosa”. Hace un breve silencio y retoma: “A mi, cuando yo era chico, mi viejo me decía ‘primero está Boca, después Boca, después Boca y después la familia'. Y yo no quiero que sea así”.
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