
Tengo el vecino más creyente del mundo. Creyente hasta la médula. Es el canillita de la cuadra y se llama Hugo. Hugo Piñeiro. Tiene la sonrisa bien grande y parece un tipo alegre o al menos desde que lo conocí, hace algunos meses. Después me enteré que cuando nos cruzamos venía alejándose de la oscuridad y, ahora que ya está bastante lejos, sabe como nadie que no hay nada mejor que sostener esa sonrisa.
Hugo es tan canoso como agradable. Cree en la gente, en la suerte y por sobre todas las cosas cree en Carolina Ardohain. Sí, Pampita. Con devoción extrema adora a su santa milagrosa. Es que como me dijo un día mientras conversábamos en el mercado del barrio, su vida cambió para siempre “gracias a esa piba”. “Sí, Pampita” - me decía - “Pampita me cambió la vida”.
Hasta hace unos meses dormía en el “Parador Retiro”, un galpón gigante del gobierno de la Ciudad que funciona como dormitorio nocturno para los sin techo, con su ser tomado por la tristeza de quienes se sostienen por la beneficencia. Calmaba parte de su angustia con los posters de la modelo cubriendo las paredes. “Todos los que te podés imaginar, todos”. También tomaba pastillas, catorce por día. Hasta que una mañana besó los pies de papel de su “piba”, le rogó que le “diera una mano y todo comenzó a cambiar”.
En sus 59 años siempre fue feliz vendiendo diarios, “el mejor trabajo de toda mi vida”, pero ahora más que nunca. Hugo asegura que después de aquel beso llegó la mano que esperaba: recibió un premio por su buena conducta en el Parador y vive por un subsidio habitacional del gobierno de la Ciudad en un cuarto de un hotel del “mejor país del mundo”, como le gusta llamar a San Telmo; dicta clases en un taller literario en ese galpón comunitario que lo albergó durante meses, y también se puso de novio. Ya no va a terapia y sólo se encuentra con su ex psicóloga a conversar en un bar. “Ella me dice que ya no tengo más nada, que estoy bien y que me quede tranquilo”, me aseguró, no sin reiterar: “Todo gracias a la buena energía de Pampita”.
A Hugo le encanta contar su historia. No puede callarla. Quizás la repite porque todavía necesita asegurarse de que su nueva vida con sonrisa sostenida es verdad. Uno de estos días también mandó una carta al diario donde trabajo narrándola otra vez. El texto llegó con el título “El milagro de la fe”. En esas líneas escritas a mano y tinta negra, reiteraba que está “de luna de miel con la vida”, que no quería “dejar de expresar su preocupación por el grave problema habitacional de la ciudad”, y confesaba su sueño: conocer a Pampita, “esa piba, a la cual quiero como un padre y admiro su belleza como mujer”, decirle gracias y conseguir el póster más grande que exista de la modelo.
Aunque un poco melancólica, siempre me pareció una historia tierna la de Hugo. Creo que lo sabe. Pero lo que no debe imaginar es que ese día su carta iba a caer en mis manos y surgieran estas líneas como homenaje. Él diría que aún está protegido por el milagro de su fe.
Escrito en enero de 2009
2 Response to El milagro de la fe (en Pampita)
Ahora que soy su unico lector le digo que la amo y la admiro beltra.y estoy sentadito atras suyo dandole amor y mimandola mucho mientras toquetea su flamante blog.
Qué hermosa manera de empezar, mi único lector! Sí se puede vivir del amor.
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