“¿Sabés quién soy yo? Forrest Gump!”, dice Geniol, y sintetiza así la historia de su vida. Es que al igual que el héroe del film de Robert Zemeckis, este argento corrió, corrió, corrió y pasó por miles de situaciones casi tan inverosímiles como reales. Aunque quizás su único protagónico haya sido interpretar al mimo que hacía performances en los shows de Sumo, en los 80, y cantar en un fragmento de Una noche en New York City (la canción de la banda de Luca inmortalizada como La Rubia Tarada), como actor de reparto sus películas fueron varias. Y hoy está sentado en un banco, junto a su perro Nicola, para contarlas.
De padre marinero y madre ama de casa, hasta su nacimiento podría haber sido en un plató, algo desvencijado por supuesto. Nació en 1948 en Laboulaye bajo el nombre de Héctor Rosa, “uno de los secretos mejor guardados de Geniol”, dice, y amamantado por una nana negra que por eso - jura - tiene “este ritmo en la sangre”.
De Córdoba directo a Villa Urquiza, su barrio de formación, donde curtió los códigos inculcados por la muchachada del Bar Oriente, esos típicos locales llamados marrones, que estaba debajo de su casa y en el que a los seis años comenzó a ganarse sus primeros morlacos imitando, parado arriba de las mesas, la cara de frente arrugada y alfileres en la testa de la publicidad del analgésico del que recibió su apodo.
“Me parece que ya había nacido loco, ya tenía otra percepción diferente al común de la gente. Gente triste en los barrios, gente seria”, rememora, y resuena su risotada cuando revive el momento en el que, asegura, tomó dimensión del manejo del público: fue cuando, a los doce años, paralizó un concierto de Sandro y los de Fuego.
Era carnaval y con su familia habían ido a cenar a una pizzería del barrio. Vestía el trajecito de la primera comunión: pantalón blanco, tiradores, moño, jopo y zapatos que ya habían sido teñidos de negro. Mientras los grandes hacían sus cosas, el niño cruzó la calle hacia el club de la esquina, entró junto a una pareja y, aunque en el escenario un tipo vestido de plateado se revolcaba en el suelo, fue él quien acaparó la atención cuando en la mitad de la pista de baile, se tiró al piso y simuló un ataque.
“Le corté el show a Sandro. Armé un alboroto. Luego abrí los ojos, me paré y me fui caminando. La gente se abría. Llegué a la puerta, crucé corriendo y me senté en la mesa con mis viejos… chito. Ya había cruzado”, remata Geniol.
De ahí en más todo fue una constante. A los 17 años se convirtió en Campeón Internacional de yo-yo y se dedicó a hacer figuras en el aire: desde la estrella de David, el perrito hasta el dormilón, “esa que parece que el yo-yo está quieto, como dormido, pero sin embargo sigue girando”. “Algo que muchas veces me salvó la vida”, reflexiona.
De peluquero a performer punk
Mientras tomaba algunas clases de Bellas Artes y de mimo, Geniol se ganaba la vida como peluquero. “Yo hice la primera peluquería punk. Los tipos salían con cada corte que a veces los miraba y decía: no se me habrá ido la mano!?”, confiesa. Y precisamente queriendo abrir uno de sus locales descubrió su arte.
“En el 82, refaccioné un lugar para poner una peluquería en Olivos, pero quedó tan lindo que no lo podía desperdiciar. Y entonces fue un bar, Umbral, donde improvisando nació Geniol y sus aspirinetas, mi banda con la que hacíamos rock buffo y que tenía como batero a Gustavo Spinetta, el hermano del Flaco”.
En esa línea de rock teatralizado, se lucían la desfachatez y la voz ácida de Geniol. “En vez de cantarle a los personajes de la vida, los personajes de la vida cantaban su tema. Por ejemplo, contrario a Roxanne, la canción en la que The Police le habla de amor a una prostituta, yo salía como la puta Margot, en pedo, cantando sola estoy en este lugar buscando amor y no lo puedo encontrar, los viejos verdes me quieren copar, les hago el filo y les chupo, les chupo… la banda paraba y decían: ¿qué les chupas, loca?, Les chupo champán.”
Se empezó a correr la voz y el pub, chiquito, se llenó de gente. Zaparon Charly, Miguel Abuelo y otros. En plena dictadura militar, fue una bocanada de aire y libertad. Y mucho delirio. Hasta que la banda se desintegró “porque los músicos no quisieron ser tomados más como aspirinetas. Una lucha de egos”, remata hoy, entre risas, en la casa que comparte con su mujer en Avellaneda.
El encuentro con Luca
“A Luca lo conocí en el bar Einstein. Yo tocaba con Geniol con coca, con Stuka de Los Violadores. Una noche se acerca un tipo al que le decían Gulliver y le pegó a Luca porque cantaba en inglés. El tano se paró, de gladiador nomás porque lo iba a matar, y yo me colgué del cuello del gigante y empecé a apretarlo por miedo, porque si lo soltaba me mataba. Después, nos quedamos tomando algo y me invitó a tocar.”
Al principio, para juntar a los seguidores de los dos grupos, los afiches decían Sumo con Geniol con coca. “Y había que remarla”, recuerda Geniol, quien considera que más que amigo (“porque ahora son todos amigos”) fue compañero de andanzas de Prodan, de esos que continúan cuando todos se van a dormir.
“Nos divertíamos mucho. Yo subía como Tito, el tonto, el personaje que se come los mocos y juega como un capo con el yo-yo, o como la prostituta alcohólica que cantaba "un pseudopunkito, con el acento finito, ….en La rubia tarada”. Y aunque se ríe, Geniol también se queja porque “nunca vi un mango” y “Timmy (McKern, el representante) nos usó mucho”.
“Con Luca vivíamos en la indigencia absoluta, en un conventillo en la calle Alsina. No teníamos ni agua caliente. Desayunábamos con ginebra. Yo dejé la casa cinco días antes de su muerte, él me había avisado que se moría. La última época de Luca fue decadente”.
El después …
Después fueron unos meses junto a Divididos, llegó un unipersonal en el que sus personajes vieron de cerca el éxito, se subió a una pequeña gira como resiger de Crazy Circo, estuvo detrás de las rejas en Rusia, se deprimió y salió de la depresión, dejó el alcohol, vendió corbatas, se encontró con la mujer que comparte sus días, actuó en algunas películas, hizo el circo más pequeño del mundo (“con la carpa del tamaño de una sombrilla”), estudió gemología y siguió en busca de la tranquilidad.
Hoy, sereno, acaba de terminar LSD con Geniol, el CD en el que musicalizó poesías de Ludovica Squirru (“la mejor poeta que te podés imaginar”), y otro en el que hizo lo mismo con Natalia Cohen, Antonio Requeni y Tom Lupo. Además, refacciona su casa y reflexiona: “Es que el artista del underground siempre tiene que inventar alguna historia para sobrevivir, no hay vuelta.”
Publicado en revista La Central, Nº 2. Córdoba. 2007
1 Response to Mimo Geniol: "El yo-yo me salvó la vida"
Buenisimo! me encantó, te felicito yo tengo un blog de música estamos en contacto, saludos desde Córdoba.
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